Velada Boxística

El boxeador descendió cuidadosamente del ring escrutando cada centímetro cuadrado en donde pondría su pie.

Tambaleándose, bajaba los escalones que lo sacarían de la pesadilla que había sido la humillante derrota que sufrió arriba del ring. Todos sus ayudantes, preparadores físicos y amigos que estaban en su rincón, en ese momento deseaban profundamente que tropezara en los escalones y se partiera la crisma contra el piso. Joey no era de las personas más queridas en el ambiente boxístico.

La gente lo abucheaba a todo pulmón. Se reían, se mofaban de él, pero lo más sonoro y doloroso eran los abucheos.

El púgil llegó por fin al nivel del piso y levanto su rostro tratando de localizar el camino a los vestuarios. Su cara era una masa informe, ambos ojos cerrados por la hinchazón, amoratados, miraba sin mirar a su alrededor. En su cara no había dolor ni vergüenza, solo desprecio. Un desprecio casi infinito.

Empezó a gritar con todo lo que sus últimas fuerzas le permitían: “¡Hijos de puta!” mirando en todas direcciones. Gritaba doblándose hacia adelante como tratando de apretar su estomago y que todo su aire saliera hacia afuera, proyectando su grito de odio hacia cada rincón del estadio, “¡Hijos de remil putaaaa!”.

El público ya no se reía. El espectáculo era dantesco. Solo volaban en silencio vasos descartables y botellas plásticas frente a este monstruo que se arrastraba hacia las duchas.

Su rincón, su equipo, se había detenido al bajar del ring y tomando la dirección opuesta a la de su apadrinado, miraban como se alejaba con sus “hijos de puta” retumbando en cada rincón del estadio cerrado.

La gente no abandonaba sus lugares, querían ver este horroroso espectáculo en toda su grandiosidad. Este momento era para el público más importante que la pelea misma. El espectáculo era pornográfico.

A mitad de camino hacia las duchas se detuvo y con mucho esfuerzo, enderezó su espalda al punto de arquearla hacia atrás logrando que su bata, la que estaba colgando de su cabeza por la capucha, cayera al piso.

Su espalda flaca y llena de moretones, parecía la de un cadáver con rigor mortis.

Dio media vuelta su cabeza y vio que en el ring su oponente, su verdugo, lo miraba serio, extrañado por la repentina detención de su marcha. Mike levantó uno de sus puños y lo movió de lado a lado despidiéndolo. Joey al ver esto emprendió el regreso al cuadrilátero

El público lentamente volvió a sentarse. Por uno de los costados empezó a ingresar al estadio la policía anti motín.

Joey seguía su lenta, agónica, pero continua caminata de regreso al ring. De su nariz y boca no paraban de manar sangre, la que formaba una estela detrás de él. El silencio que se había hecho en el estadio era ensordecedor.

Levantó sus puños vendados al cielo, estirando sus brazos como queriendo alcanzar el techo.

Elevo su cara y recibió de lleno un incandescente haz de luz en esa carne magullada.

Mientras esto ocurría, la voz del estadio empezó a funcionar diciendo: “Se recuerda a los señores espectadores, que un pugilista noqueado que abandona el ring para luego regresar, puede ser golpeado a muerte por su contrincante, de acuerdo a las regulaciones de la organización mundial de boxeo. Además en esta segunda instancia de la pelea no será necesaria la presencia de árbitros ni jueces. Disfruten del espectáculo”.

Joey había desaparecido adentro de ese haz de luz increíblemente blanca. De pronto, de la misma manera que llego, se fue.

El cuerpo de Joey ahora tenía otra fisonomía. Su espalda estaba recta, su rostro seguía desfigurado, bañado en sangre, pero algo había cambiado en él.

Su forma de caminar, ahora era segura y firme. Caminaba a buen ritmo hacia el cuadrilátero mientras se sacaba las vendas de sus manos.

Una vez que estas estuvieron libres, golpeo sonoramente su puño derecho cerrado contra la palma abierta de su mano izquierda. Instantáneamente el público se erizó y volvieron los abucheos con gran ferocidad. El estadio parecía ahora temblar. Los policías corrieron hacia el ring y armaron una barricada a su alrededor impidiendo que ningún intruso subiera.

Joey ahora trotaba hacia el cuadrilátero sin prestar atención a nada de lo que ocurría a su alrededor. Volvieron a llover las botellas plásticas que impactaban en el cuerpo del púgil.

Subió al ring de un salto y se paró en frente a su contrincante. Sus narices casi se tocaban.

Mike inclinó sus labios hacia un costado dibujando una sonrisa sobradora. “Joey, no te quiero matar” articulo el púgil. “Me divierto con vos, sos un digno contrincante, pero no te mereces la muerte”. Esta última palabra fue apagada con un Cross de derecha certero y granítico de Joey a la mandíbula de su contrincante.

Mike retrocedió luego del impacto y se amaco en las cuerdas. El público salto de sus butacas y corrió hacia el ring. Era un tsunami de caras solo contenidas por el cordón policial. Se movían enloquecidos, como pirañas tratando de llegar a ese cuadrado rodeado de sogas desde donde venía ese profundo olor a sangre.

Mike volvió al lugar que antes ocupaba, se subió los pantaloncillos y sintió por primera vez en toda la noche el sabor a sangre en su garganta. Una nueva sonrisa se dibujo en su cara. Ahora fue un golpe de zurda pesada conectada al hígado de Mike lo que le borró la sonrisa. En realidad se la transformó en una mueca de dolor.

Su rodilla derecha se asentó en la cuerina del piso del ring, Levanto la cabeza y miró a Joey con ojos en fuego: “En verdad queres hacer esto?” replicó serio Mike.

Joey bajó sus brazos a ambos lados de su cuerpo, laxos, con un rostro que no dejaba entrever ninguna expresión o sentimiento.

Mike se incorporó y en un solo movimiento de cintura le aplicó dos certeros upper cuts en la mandíbula de Joey. Derecha e izquierda impactaron limpias en su quijada.

Sangre y transpiración saltaron de su cabeza como si hubiera explotado una piñata. Se movió hacia arriba con cada golpe que recibió. La sangre salto de a chorros como si se tratara de una fuente de aguas danzarinas. Llegó tan alto que manchó algunas de las luces suspendidas sobre el  ring.

Joey permaneció como clavado al piso, sin moverse, sin inclinarse, sin perder su centro de gravedad. Brazos bajos, al costado de su cuerpo y rostro inexpresivo.

La voz del estadio volvió a hablar: “De acuerdo a las normativas de la asociación mundial de boxeo y dado que se ha cumplido el tiempo estipulado  por el artículo 17 y no ha habido knock out luego del reingreso, los fiscales están en condiciones de pedir el ingreso del empalador al ring. También se solicita al amable publico que retire a los niños presentes en al auditorio pues a partir de este momento el espectáculo es estrictamente para mayores de 21 años. Muchas gracias”

Después del anuncio, mi mamá me tomó del brazo y nos fuimos.

 

MARIANO ARGERICH

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